DiVagaCiencIA

25.8.05

¿Qué es la inteligencia artificial?

La visión popular de la inteligencia artificial (IA) es aquella reflejada en la gran mayoría de las películas de ciencia ficción: artefactos creados por el ser humano son capaces de razonar a su nivel y en casos extremos ser tan autónomos que se revelan contra sus creadores… En realidad para quienes se dedican a hacer IA existen dos principales posturas que la definen: la débil y la fuerte.

La postura débil es precisamente la que se manifiesta en el párrafo anterior, que consiste en asumir que el objetivo de la disciplina es generar artefactos que igualen o superen a la inteligencia humana. El ejemplo clásico fue el lograr que la computadora Deep Blue creada por IBM fuera capaz de batir al campeón mundial de ajedrez Gary Kasparov; muchas personas creían que una máquina jamás iba a poder lograrlo, que los procesos de pensamiento involucrados en jugar buen ajedrez eran un reflejo de las capacidades intelectuales humanas inigualables… y se hizo.

¿Por qué es esta una postura débil? Basta recordar que después del éxito de Deep Blue muchas personas comenzaron a poner objeciones a su logro, como que la enorme base de datos de jugadas que tenía guardadas hacía la competencia injusta, dando a entender que la hazaña no implicaba que la IA se hubiera acercado a la inteligencia humana, que siempre va a haber algo que ella hace que la artificial jamás podrá hacer… sustentar el trabajo de IA en competencias de este tipo es una postura débil porque nunca van a satisfacerse las expectativas que se tienen sobre la inteligencia humana, sobre todo entre aquellas personas que la conciben como un don divino o un rasgo espiritual que nos distingue; tratar de argumentar con estas personas es caer en una discusión infantil del tipo “mi papá es policía y arresta al tuyo” “sí pero mi papá es luchador y le pega”, “pero mi papá usa pistola y le dispara”, “pero mi papá es más fuerte”…

La postura fuerte en IA puede sintetizarse en la siguiente forma: como no hay definiciones objetivas de la inteligencia, cualquier tipo de inteligencia, incluyendo la humana, es artificial en el sentido de que organismos que no la tenían la adquirieron a través de la evolución, por lo que es posible reproducirla. Se ve claramente por qué las típicas objeciones a la IA débil nunca van a acabarse puesto que en realidad no sabemos objetivamente cómo determinar si algo, incluyendo a mi vecino, es inteligente o no y por los hallazgos de la ciencia cognitiva tal parece que nunca tendremos dicha definición, lo que no significa que no podamos entender cómo emerge la inteligencia.

Una idea común en IA es ver a la inteligencia como una propiedad emergente. Un ejemplo de propiedad emergente es la solidez; lo sólido no puede rastrearse en un solo átomo, sino que emerge a través de la conexión de varios en cierto patrón estructural. Así mismo se cree que el meollo de IA es llegar a un grado de complejidad en el desarrollo de artefactos que provoque que al interactuar con ellos tengamos necesidad de tratarlos como seres intencionados, así como nos tratamos los unos a los otros.

Filosóficamente la postura fuerte está anclada en la profunda, irrebatible e insalvable ignorancia que tenemos sobre nosotros mismos, que no podemos desentrañarnos objetivamente. Al mismo tiempo a través de ella queda remarcada la cercana relación que tiene la IA con la teoría evolutiva (relación que en la visión popular no suele señalarse) y con la ciencia cognitiva puesto que postula a la IA como una ciencia abocada al estudio de la inteligencia en general, más allá (y además) de una rama ingenieril altamente exitosa y ambiciosa.


Evolución aniñada

He oído hablar mucho de vuestros afeites y embelecos.
La naturaleza os dio una cara, y vosotras os hacéis otra
distinta. Con esos brinquillos, ese pasito corto, ese hablar
aniñado, pasáis por inocentes y convertís en gracia vuestros
defectos mismos [...]

-Hamlet a Ofelia-
“Hamlet”, Acto III, Escena IV

Pocas teorías científicas han impactado tan profundamente el concepto que el ser humano tiene de sí como la evolución. Además de orillarnos a aceptar nuestra ascendencia animal, esta teoría introdujo una idea que desde haber sido pronunciada por Darwin se convirtió en objeto de múltiples interpretaciones y controversias: la selección natural.

Muchos se han adjudicado ad hoc el derecho a usar la trillada supervivencia del más apto con el fin de exaltar diferencias y justificar lo que creen su superioridad sobre otros; sin embargo, lo que las teorías evolutivas modernas sostienen es que más que la supervivencia de un individuo la selección natural va asociada a las características que le dan mayor éxito para reproducirse y que por tanto suelen propagarse por herencia a generaciones venideras.

Enfocándonos en el caso de los mamíferos, hasta principios del siglo pasado se adjudicaba un rol secundario a la elección que las hembras de una especie hacen de los machos con quienes copulan –llamada selección sexual- ya que para la mayoría de las especies estudiadas las características que hacen a un macho un buen candidato resultan evidentes... mas no así para la especie humana, lo que –como propone David Brin- subestima el papel que la elección de la mujer pudo haber tenido en nuestra evolución.

Se cree que conforme nuestros ancestros fueron adquiriendo dominio sobre su entorno para formar las primeras comunidades fue útil que se desarrollaran características que favorecieran la socialización, individualización y el correspondiente desarrollo intelectual necesario para mantenerlas y explotarlas. Bolk señaló en 1926 que la base para alcanzar esto fue lo que llamó retardación y que sería conocido después como neotenia: la retención de aspectos infantiles tanto físicos –paedomorfismos- como de comportamiento (personalidad flexible, facilidad de aprendizaje, ...); mas no fue sino hasta mediados de siglo que se intuyó que dichas características, explotadas como herramientas de selección sexual por parte de las hembras, pudieron haber acelerado el proceso evolutivo que nos hizo lo que somos.

Aprovechando el instinto de protección y enternecimiento sentido hacia las crías y considerando la creciente complejidad de comportamiento e inquietudes de los machos, Brin propone que las hembras neótenas tuvieron mayor éxito reproductivo, para lo cual hace hincapié en las analogías de ciertas características femeninas con rasgos infantiles, como son la mayor fragilidad en la constitución corporal, menor presencia de bello, las proporciones del rostro, flexibilidad de comportamiento, facilidad para la socialización, entre otras. Debido al peligro subyacente en el posible establecimiento de trato sexual con las crías, Brin se atreve también a proponer una explicación a la posesión de caracteres sexuales secundarios únicos en la mujer –en comparación con hembras de otras especies- como son sus senos y glúteos súper desarrollados, sugiriendo que corresponden a los rasgos diferenciadores que previenen a los hombres de sentir atracción sexual hacia los niños... y en cuya falla se podría encontrar la explicación –mas no la justificación- a las tendencias paedofílicas de algunos hombres.

Quizás éstas son demasiadas ideas descabelladas para tan pocas líneas.

Quizás nuestra evolución sea más que aniñarse.

Quizás el indispuesto Hamlet desnudó a Ofelia... sin querer.

(Este artículo fue publicado en abril del 2003 en Mientras Tanto, la ya extinta revista estudiantil del Tec de Monterrey)

Las vaguedades del lenguaje


Instrumento de tu cuerpo es también
tu pequeña razón, hermano, que llamas
‘espíritu’ – humilde instrumento y
juguete de tu magna razón.

Así hablaba Zaratustra, Federico Nietzsche


En su tarea de formar representaciones lo más objetivas posibles de la realidad todas las ciencias requieren de la adopción de un lenguaje en común entre quienes las practican, para tener la seguridad de que se sabe de qué se está hablando y reducir al mínimo la necesidad de recurrir a interpretaciones personales. Se suele creer que una ciencia es más objetiva entre menos vago sea el lenguaje en que se expresa, creencia que explica la admiración que provoca la física por estar sustentada más que cualquier otra disciplina en el rigor de las matemáticas. En consecuencia el lenguaje cotidiano ha sido considerado demasiado vago como para sustentar teorías sólidas en él.

Tal ha sido la fe en el empleo de las matemáticas que cuando se iniciaron en el siglo XX los estudios científicos sobre el lenguaje se pensó a priori que este debía cumplir con características propias de los lenguajes formales de las matemáticas, sin dar alguna justificación (un ejemplo claro son las hipótesis de Noam Chomsky); entre ellas la que más destaca es la separación entre la sintaxis (las reglas para generar cadenas de símbolos) y la semántica (el significado de las cadenas de símbolos).

Esta separación, propuesta por David Hilbert, fue crucial para las matemáticas cuando en el siglo XIX se descubrió que existían distintas geometrías cuyas verdades (su semántica) se contradecían mientras que todas eran sintácticamente válidas y desembocó en el uso de la teoría de conjuntos y la lógica como sustento de afirmaciones independientes del contexto en el que su significado va a emplearse y de quién va a interpretarlas.

Por ejemplo los axiomas de teoría de conjuntos afirman que un objeto pertenece o no pertenece a un conjunto sin que hayan estados intermedios (un número entero es par o impar) lo que es una versión de la famosa premisa aristotélica del tercer excluido: ser o no ser.

Los lingüistas se toparon con que el lenguaje cotidiano no cumple con estas premisas pues está plagado de lo que se han denominado prototipos: cuando los seres humanos hacen categorías de cosas existen algunas que son mejor ejemplo del conjunto que otras, por lo que se da cabida a estados intermedios. Por ejemplo un adulto que mida 1.65 metros comparado con niños es alto mientras que al mismo tiempo es chaparro equiparado a jugadores de baloncesto de la NBA.

Estas características del lenguaje llevaron a la creación de una nueva clase de lógica llamada “difusa” que se basa en dar a las cosas grados de pertenencia a más de un conjunto, modelados mediante funciones matemáticas para realizar inferencias usando reglas expresadas en lenguaje común. Esta disciplina ha probado ser muy útil en ingeniería para resolver problemas complejos que pueden ser modelados intuitivamente con palabras, como equilibrar un péndulo invertido en tiempo real .

Lo fascinante es que la lógica difusa no es suficiente para modelar todos los efectos prototípicos del lenguaje, como las metonimias. Una metonimia consiste en tomar un aspecto bien entendido o fácil de percibir de algo y usarlo para representar ese algo entero (sustituir el todo por una parte), como cuando hablamos del “68” refiriéndonos al movimiento estudiantil generado en ese año, sustitución difícil de representar matemáticamente.

Este tipo de evidencias que afirman la unión de la sintaxis y la semántica cuando hablamos y escribimos han servido como soporte de hipótesis dentro de la ciencia cognitiva, el campo interdisciplinario abocado al estudio científico de la mente, que afirman la inseparabilidad del cuerpo y la mente, que la forma como representamos la realidad al comunicarnos no puede ser sintetizada exclusivamente mediante símbolos independientes de quiénes van a emplearlos, sino que va estrictamente ligada a que seamos las criaturas biológicas modeladas por la evolución que somos, con el cuerpo que tenemos.

Esta nueva filosofía, llamada “embodiment”, pone en tela de juicio supuestos filosóficos que acarreamos desde la época de los griegos, de entre los cuales sobresale la separación existente hasta ahora entre la metafísica (los planteamientos sobre qué es real) y la epistemología (qué podemos conocer). Si, de acuerdo al embodiment, lo que es real depende de lo que humanamente podemos conocer y coincidimos en la realidad por compartir el mismo cuerpo, se derrumban las creencias que afirman que las matemáticas trascienden platónicamente a los seres humanos y que en ello reside su fortaleza... lo que implica la tarea de replantear su origen como una actividad sustentada en la estructura cognitiva provista por nuestra biología.

Lo que parecía en un principio ser un tiro por la culata, las menospreciadas vaguedades del lenguaje negándose a desparecer, vistas como objeto de estudio nos confiesan lo humana, demasiado humana, que la ciencia debe ser para seguir adelante.