DiVagaCiencIA

10.2.07

Ojo, mucho ojo

No sé cuántas personas estén pendientes sobre lo que escriba en este blog –creo que nadie, por lo que para mí el intentar responder qué sentido tiene escribir algo se vuelve una experiencia tan “zen” como el intentar responder la famosa pregunta de cómo se oye un árbol cayendo donde nadie puede escucharlo… Creo que por lo menos la única ganancia de escribir es que me obligo a ordenar ciertas ideas que traigo en la cabeza, en fin.

Hablando de palabras, lo que quiero tratar en este escrito es la diferencia que existe entre su uso en el lenguaje cotidiano y el de la ciencia. Releyendo el GEB (Gödel, Escher and Bach, an Eternal Golden Braid, de Hofstadter) encontré una idea que sirve muy bien para explicar esta diferencia: la de significado pasivo VS significado activo.

Los símbolos tienen significado pasivo si independientemente de cómo los utilicemos las reglas empleadas para manipularlos se mantienen fijas. Un ejemplo sería el de la aritmética: las operaciones entre números no cambian de significado dependiendo de cuántas veces las utilices, no importa cuántas veces sumes ‘1 + 1’, ‘+’ seguirá siendo suma por los siglos de los siglos.

Por su parte los símbolos adquieren significado activo si su uso modifica las reglas que empleamos para manipularlos. El ejemplo clásico de significado activo es el lenguaje cotidiano, en el que el uso de una palabra puede modificar con el tiempo su significado.

El problema entre la forma de utilizar el lenguaje en la ciencia y en la vida cotidiana es que, en el primer caso, el significado de las palabras que la ciencia toma prestadas del lenguaje cotidiano tiende a ser pasivo (salvo cuando se producen cambios en las teorías), por lo que no es posible intentar reinsertarlas al lenguaje cotidiano sin especificar el contexto científico que les da significado. El embrollo se hace mayor cuando a estas palabras se les adjudica el significado activo que las palabras tienen en lenguaje cotidiano.

Un ejemplo claro es la relatividad. Es bastante común escuchar cómo la gente piensa que la relatividad de Einstein sustenta la idea popular de que nada importa, de que todo es relativo, idea más bien parecida a la relatividad de la filosofía posmodernista. Quienes saben de física entienden que la teoría de la relatividad de Einstein no tiene de relativo más que el que diferentes personas observen el mismo fenómeno en tiempos diferentes, todo con el fin de que las leyes de la física se escriban de la misma forma para cualquier observador… esto no tiene nada de relativo en el sentido posmodernista.

Otro ejemplo es la teoría del caos. El caos matemático no tiene que ver con el uso común de la palabra, que más bien se parece a lo que en física se conoce como entropía, la forma de cuantificar el desorden de un sistema. Decir que algo es caótico en teoría del caos es más o menos como decir que cada detalle de lo que acontecerá en tu vida dependerá del pie con que te levantes de la cama el día de mañana, mas no necesariamente implica desorden. Un simple péndulo puede ser caótico, caso al que suele llamársele caos determinístico.

El peligro detrás del mal uso de las palabras es que hay personas que quieren llevar agua a su molino aprovechándose de la credibilidad de la ciencia, sin especificar que su uso de las terminologías científicas es meramente metafórico. Un ejemplo bastante indignante fue el mentado pseudo documental What the bleep do we know? en el que intentan colgarse de ideas de mecánica cuántica para justificar “científicamente” sus ideas religiosas (he aquí lo que escribí sobre la película, y aquí lo que dice Wikipedia).

Es por esto que la divulgación científica seria y responsable es muy importante para evitar la manipulación de la opinión pública. Creo que un buen consejo para evitar llevarse opiniones erroneas es observar qué tanto se esfuerza la gente en dar a entender que el significado de las ideas científicas que quieren usar como argumento para algo es pasivo. La sorpresa que van a llevarse es que prácticamente nadie que no sea científico lo hace, ergo no confíen en nadie, y cuéntenselo al científico a quien más confianza le tengan. Ojo, mucho ojo.