DiVagaCiencIA

8.5.07

Hacia una ciencia de la conciencia II: el centro de gravedad narrativo

(Continuación de la síntesis del esbozo de ciencia de la conciencia de Daniel Dennett)

Desmantelar el teatro cartesiano, la idea de que hay un lugar privilegiado en nuestro cerebro en el que algo se vuelve mágicamente consciente al entrar en él, implica hacer un cambio radical del papel que cumple la audiencia del teatro: el yo.

Una de las propiedades mágicas atribuidas al teatro cartesiano es que corresponde al lugar en el que se podría afirmar intuitivamente que radica nuestro yo, la “esencia” de nuestra identidad, a quien se puede atribuir ser la fuente de nuestra identidad personal. La propuesta de Dennett implica aceptar la futilidad de la idea de esta esencia, de que lo que sustenta nuestra identidad, al igual que nuestra conciencia, es de alguna forma trascendente.

La visión del yo que es necesario adoptar dentro de este esbozo de ciencia de la conciencia se basa en una metáfora sobre cómo es que surgen los centros de gravedad en la física. El centro de gravedad de un cuerpo rígido corresponde a aquel punto en el espacio en el que podríamos concentrar toda la masa del cuerpo, como una partícula la cual se desplazaría en el espacio de la misma forma que el cuerpo. Por ejemplo cuando lanzamos una pelota de tenis, para entender la trayectoria que va a seguir es posible abstraer a todas las partículas que la forman y asumir que toda su masa se concentra en el centro de la pelota, para después aplicar el análisis del movimiento a este simple punto.

La idea que propone Dennett para conceptualizar al yo es pensarlo como un centro de gravedad narrativo, el resultado al que convergen todas las narrativas de las que una persona toma parte en los diferentes aspectos de su vida, incluyendo desde luego aquellas a las que se ve arrastrada a formar parte debido a disposiciones genéticas como su sexo, su inteligencia y sus gustos, en la misma forma en que se forma la identidad del personaje de una novela. Es así que tal como el centro de gravedad “emerge” de una distribución de masa y no la crea, el yo “emerge” de una distribución de narrativas. Esta visión de la futilidad del yo como algo trascendente es similar a la del budismo, aunque Dennett no lo menciona abiertamente –que yo recuerde.

Al contrario de lo que muchas personas pensarían, el aceptar que el yo no es trascendente no echa por tierra la existencia del libre albedrío, tema espinoso al que Dennett dedica un libro entero: Freedom Evolves. En muy, muy pocas palabras, en este libro se desvive explicando por qué el aceptar que viviéramos en un mundo determinista no mina la existencia de la libertad, sólo que el comportamiento libre no sería visto como algo trascendente sino como algo que nadie sería capaz de predecir, no porque en principio no fuera posible, sino porque su complejidad computacional lo hace intratable en la práctica. En términos filosóficos implica dejar de tratar de sustentar la libertad en la metafísica, preocupándonos de si es real o no, sino en la epistemología, en si es posible predecir el comportamiento de alguien aunque los constituyentes de este alguien estén restringidos por leyes determinísticas.

Continuará…