DiVagaCiencIA

5.7.06

Hacia una ciencia de la conciencia


Imaginen a alguien que nunca ha visto una foto de la Tierra vista desde el espacio exterior y que tiene la firme creencia de que es plana. Imaginen luego que cuando a esta persona le es mostrada una fotografía de la Tierra dijera: “esta es la prueba de que la ciencia no puede probar que la Tierra es plana, que mis creencias no pueden ser desacreditadas por la ciencia”. ¿Ridículo, no?

Mientras que es posible hacer que la información que confirma el hecho de que la Tierra es redonda converja fácilmente en una simple fotografía, hay teorías científicas cuya información que las confirma aparece dispersa y que para darle coherencia se requiere un mayor esfuerzo intelectual que el de simplemente ver una imagen. Si es que contamos con fuertes prejuicios en contra de las conclusiones a las que llegan dichas teorías es muy probable que no hagamos el esfuerzo mental que requiere “hacer embonar las piezas”.

Es principalmente este fenómeno idiosincrático el que se encuentra detrás de la falta de aceptación de la teoría evolutiva y muy probablemente lo va a estar cuando aparezca una teoría que empiece a dar explicaciones sobre nuestra subjetividad haciendo embonar la evidencia experimental con que se cuenta, como en los esbozos teóricos sobre una ciencia de la conciencia de Daniel Dennett. El trabajo de Dennett es muy polémico porque las conclusiones a las que llega para hacer embonar las evidencias experimentales de la psicología y la neurociencia y nuestra subjetividad desacredita nuestro sentido común en cuanto a la forma en que experimentamos nuestra vida interna.

Lo que reporta la mayoría de las personas sobre su experiencia de en qué consiste ser conciente de algo es que la conciencia es un fenómeno lineal y secuencial, es decir que podemos intuitivamente dibujar una línea de tiempo y acomodar aquellos hechos de los que somos concientes en cierto orden. Otra conclusión común arraigada es que cuando realizamos un acto voluntario la conciencia de querer hacer algo aparece antes de hacer ése algo.

Lo fascinante es que existen experimentos psicológicos que contradicen a este sentido común. Un ejemplo es el llamado “efecto phi” en el que se pone a un sujeto a observar dos focos de diferentes colores (rojo y azul, por ejemplo), encendiendo y apagando uno y después encendiendo y apagando el otro, en lapsos de tiempo de milisegundos entre los encendidos y apagados de los focos. Para ciertos lapsos los sujetos reportan ser concientes de una sola luz que se mueve y cambia de color en algún lugar entre los focos… ¿Cómo es que nuestro cerebro llega a esta conclusión cuando, después de que se encendió y apagó el primer foco aún no se ha recibido la información del segundo? Si entendemos a la conciencia como un proceso secuencial hay dos opciones para “explicar” lo que pasa: experimentamos las luces encenderse y apagarse y después nuestro cerebro rellenó el espacio intermedio (Dennett llama a esto un proceso “orwelliano”) o bien experimentamos el rellenado desde un inicio como una ilusión óptica (Dennett llama a esto un proceso “estaliniano”.)

Otro ejemplo es el famoso experimento de Libet en el que se conecta un electrodo a la parte motriz del cerebro de una persona, que tiene que ver con el movimiento de su dedo índice y se le dice que a voluntad mueva el cursor en una pantalla de computadora pulsando una tecla. Lo que la persona no sabe es que el cursor además de moverse por la presión del teclado puede moverse mediante el electrodo. Lo que los sujetos reportan es que cuando deciden mover el cursor este se mueve antes, es decir es como si las acciones se adelantaran a la decisión conciente de realizarlas.

La sensación de que la conciencia es un fenómeno lineal se complementa con la creencia de que existe en nuestro cerebro algo así como un cuartel central, a lo que Dennett llama el “teatro cartesiano”, en el que al entrar la información esta se vuelve conciente. Otra de las propiedades atribuidas a este teatro como “locus de la conciencia” es que allí reside nuestro yo y que es el centro de nuestra voluntad. Hasta el momento la evidencia de la neurociencia confirma que no hay algún lugar privilegiado en el cerebro en el que converjan las decisiones volitivas, no hay “neuronas pontificias” sino más bien cada acto depende de una red de procesos paralelos ejecutados a diferentes ritmos.

Para hacer encajar la evidencia experimental de este tipo Dennett propuso el modelo de las versiones múltiples, que consiste en asumir que la conciencia no es un proceso secuencial sino un proceso paralelo, no una secuencia causal sino una red causal en la que en cada momento diferentes aspectos de una experiencia son procesados en forma paralela a diferentes ritmos por diferentes partes del cerebro, y que lo que experimentamos como conciencia es la “narración” que se elabora a partir de algunas de estas versiones. Ya que las versiones se procesan a diferentes ritmos es imposible establecer un instante preciso en el que somos concientes de algo. Si la conciencia no es un fenómeno secuencial y si no hay teatro cartesiano la diferencia entre proceso estaliniano y proceso orwelliano es una diferencia que no hace diferencia, por lo que seguir pensando de esta forma es como seguir empeñado en pensar que la Tierra es plana habiendo visto una foto de ella.

Dennett ejemplifica su modelo de las versiones múltiples mediante el proceso de edición de un escrito, que está sujeto al escrutinio y sugerencias de diferentes personas. ¿En qué momento preciso apareció la versión final del escrito? Puede que podamos delimitar esta aparición con una precisión de meses, días e incluso horas, pero buscar una mayor precisión no tiene sentido.

Un ejemplo que se me ocurrió es el de los atentados del once de septiembre. ¿Cuál es el mínimo lapso de tiempo en que se puede concluir que sucedió lo que la historia, o bien la “conciencia colectiva” de las masas, coincide en señalar como el 9/11? La información con la que se construyó la narración de lo que sucedió provino de múltiples observadores que, dependiendo de lo que les tocó vivir, en su narración ponen más énfasis en diferentes momentos. Al mismo tiempo es imposible que la versión final se construya tomando en cuenta a las narraciones de cada uno de los neoyorkinos.

Una consecuencia importante de esto último es que pone énfasis en lo crucial que resulta el separar de entre las versiones múltiples aquellas relevantes de las que no lo son, por lo que se pone en tela de juicio la idea de la “percepción pura” puesto que en todo momento nuestro cerebro tiene que resolver el problema de inferir qué versiones son buenas, cuáles no y cómo construir o suplir la información de aquellas versiones que no se tienen. El que las inferencias estén antes de lo que experimentamos concientemente es algo que se confirma mediante la existencia de las ilusiones ópticas. Una ilusión es una inferencia equivocada elaborada a partir de un arreglo especial de versiones múltiples.

¿Cómo es que no nos damos cuenta de los puntos ciegos de nuestros ojos, a pesar de que nos tapemos uno? ¿Cómo es que experimentamos movimiento en la imagen que aparece al inicio de este escrito cuando sabemos que no lo hay? Si están pensando que así es como lo experimentan antes de ser concientes de ello o bien que su conciencia está “tapando agujeros” y moviendo cosas que no experimentaron, ya cayeron en la trampa de lo estaliniano vs orwelliano que no los va a llevar a ningún lugar.

Como pueden ver una ciencia de la conciencia pinta para ser altamente contra intuitiva. Si la teoría evolutiva encuentra como barrera a las creencias religiosas una ciencia de la conciencia chocará contra la subjetividad de las personas, contra la forma como experimentan su vida interna. Esto se confirma con el hecho de que hasta el momento no ha aparecido una propuesta intuitiva que haga encajar la evidencia experimental de la forma en que lo hace la de Dennett.

Otros de los aspectos de la propuesta de Dennett que me faltó tratar son que la idea del yo como algo trascendental-inmaterial (algo que existe independientemente y más allá del cuerpo) desaparece para dar lugar a lo que denomina un “centro de gravedad narrativo”, y que lo que los filósofos denominan qualia (lo que está detrás de la intuición de que nadie puede saber lo que se siente ser tú) simplemente no existe… pero creo que ya me extendí demasiado y que probablemente ya estén algo mareados, así que:

Continuará…