DiVagaCiencIA

16.2.08

El orgullo intrínseco de los físicos

La visión materialista en ciencia consiste en asumir que todos los fenómenos naturales, incluyendo aquellos que todavía no alcanzamos a comprender en su totalidad, son consecuencia de las interacciones de la materia, de aquello que en principio cualquier persona mediante las herramientas y metodología adecuadas puede medir. Esto proscribe de la ciencia aquellas posturas que intentan “explicar” fenómenos aludiendo a influencias trascendentales o místicas que no todas las personas podrían comprobar.

Las interacciones más elementales de la materia son aquellas reveladas por la física, por lo que desde un punto de vista metafísico (metafísica es la rama de la filosofía que se dedica a estudiar qué es real) el materialismo afirmaría que entonces toda la ciencia es alguna forma de física, sin embargo a la hora de la práctica el intentar entender y predecir fenómenos de la materia organizada como la vida o la cognición partiendo exclusivamente de principios físicos es inmensamente complejo.

Es posible asumir metafísicamente que todo es física, mas epistemológicamente que no todo es física (epistemología es la rama de la filosofía que se dedica a estudiar qué se puede conocer). Llamo el orgullo intrínseco de los físicos (quienes sean físicos entenderán a qué me refiero con lo de intrínseco) a la renuencia arrogante de muchos de sus practicantes a aceptar que para fines prácticos las leyes de la física no son suficientes para hacer predicciones en fenómenos complejos, y que la emergencia de nuevos principios explicativos como la evolución justifica la existencia y estatus de otras disciplinas científicas como la biología y las ciencias cognitivas. No es de sorprenderse que los físicos que caen víctimas de este orgullo no tengan una idea clara de la diferencia entre una postura metafísica y una epistemológica y de que es posible que una contradiga a la otra.

Saco a colación este tema porque hace unos meses asistí a la plática que dio un nobel de física en la que se dedicó a mostrar sus expectativas de esta disciplina para los próximos 25 años, y dentro de su lista mencionó el que los físicos se aboquen a estudiar la conciencia. Antes de empezar a hablar al respecto supuse que a lo que se refería era que en los próximos años la física podría aportar las herramientas matemáticas y/o teóricas para modelar sistemas complejos como el cerebro, y a partir de ahí intentar explicar el fenómeno emergente que catalogamos como conciencia. Digo esto porque tengo la esperanza de que un nobel de física sabe que NINGÚN investigador serio en ciencia cognitiva considera como viable el intentar abordar los problemas de su área como consecuencias de las interacciones físicas fundamentales entre las neuronas, considerando los efectos cuánticos que puedan haber en ellas, porque para los fines de los modelos que hacen estas pueden ignorarse.

Lo interesante fue observar cómo la exposición del nobel sobre el futuro de los físicos estudiando la conciencia consistió en decir que sería muy útil que un día pudieran crear una curva de la conciencia que dijera qué tan conciente es un ser humano conforme a su edad, desde que se es un feto hasta la vejez, para después rematar con el pequeño detalle de decir que primero habría que entender qué es la conciencia. Por poco no contengo mi risa (me recordó el chiste de la vaca esférica).

Para darse una idea de lo que implica hacer un intento serio de crear una ciencia de la conciencia, no hay mejor ejemplo que los escritos de Daniel Dennett (véase Hacia una ciencia de la conciencia I y II). A pesar de que muchos teóricos coinciden en sospechar que la conciencia puede ser una propiedad difusa, que sea posible que en la naturaleza existan organismos con distintos grados de ella, la idea de la curva de la conciencia se parece más a la del teatro cartesiano que a la de un modelo que intente explicar la evidencia experimental con que se cuenta, como lo hace el modelo de las versiones múltiples de Dennett…

¿Así o más arrogante?