DiVagaCiencIA

28.7.05

La guerra que nos mueve

Cuando se trata de observar a la naturaleza para sacar conclusiones a cerca de sus características resulta difícil acallar la voz del sentido común que nos susurra a hurtadillas: “Yo soy el sentido de ella también”. La cosa se pone más difícil cuando el objeto de estudio es el comportamiento de los seres vivientes.

Estamos acostumbrados a considerar el significado y propósito de las acciones de otras personas dentro del contexto cultural en el que somos educados, por lo que cuando alguien realiza un acto que beneficia a un tercero a expensas de su bienestar propio –suponiendo que no podemos saber si lo hace de forma consciente o inconsciente y haciendo a la casualidad a un lado- juzgamos a la acción como signo de altruismo, el cual suele identificarse como distintivo de la compenetración o identificación dada entre los individuos, tal que lleva a la comprensión del sufrimiento o necesidad de uno en el cuerpo de otro.

Si bien los actos altruistas realizados entre seres humanos nos parecen posibles entre miembros de otras especies “incultas” esperaríamos lo contrario. El hecho en principio desconcertante de que esto no sea así llevó a los biólogos a buscar el equivalente cultural que lleva a ciertos seres vivientes a sacrificarse por sus colegas, encontrándolo en la teoría de la evolución de Darwin. Gran parte de ellos se vio tentada a suponer que dicho sustituto es lo que se llamó selección de especies, que no es más que la idea de la selección natural –supervivencia del más apto- aplicada a un grupo de individuos de la misma especie.

Para ejemplificar lo anterior se puede decir que si la selección natural es un juego, lo que los defensores de la selección de especies proponen es que se juega en equipos –especies-, por lo que para obtener la victoria –subsistir- vale la pena hacer sacrificios por sus compañeros.

Hasta aquí se podría decir que se cuenta con una descripción bastante moral de la madre naturaleza, mas hay algo que no encaja. ¿Qué se quiere decir exactamente con “supervivencia del más apto” si tarde o temprano todos los individuos mueren? ¿Qué puede sobrevivir generación tras generación?

Para responder esta pregunta otro grupo de biólogos propuso la teoría del gen egoísta, que se traduce en que los participantes del juego de la selección son los genes, los cuales predisponen a los organismos que los poseen a pelear para reproducirse y esparcirlos, por lo que estos últimos cumplen la función de ser máquinas de supervivencia. Así esta teoría define la evolución como la carrera armamentista llevada a cabo por las primeras formas de vida del planeta, en su lucha por los nutrientes necesarios para replicarse y cuyas armas son los organismos que acabaron por poblar el planeta.

De esta forma se comprende cómo lo que a nivel de organismos parece altruista a nivel genético resulta egoísta, ya que el ceder un beneficio a otro individuo podría implicar que en realidad se está viendo en pos de genes que ambos organismos comparten.

Resulta tentador pensar en las implicaciones que la teoría del gen egoísta tendría en la comprensión de la evolución del ser humano, aunque resulta mucho más complicado por la presencia de la cultura. Quizás ella sea el arma más sofisticada en la guerra de los genes.

(Este artículo fue publicado en junio del 2003 en Mientras Tanto, la ya extinta revista estudiantil del Tec de Monterrey)

26.7.05

La caída del velo de la trascendencia





¿Es la ciencia una forma de acercarse a la realidad? El sentido común de occidente diría que sí, pero el acontecer cotidiano señala lo contrario, como lo hace patente la falta de efectividad de la divulgación científica entre las masas comparada con otras formas de literatura. Tal parece que los seres humanos sentimos aversión por la realidad como nos es mostrada por la ciencia, que no estamos dispuestos a otorgarle el puesto de honor que tiene nuestra realidad subjetiva de la que nadie tiene que convencernos.

Pero… ¿estoy realmente hablando de dos realidades, valga el pleonasmo? ¿no sería esto una contradicción?

El punto central de esta paradoja radica en la idea de la trascendencia: creemos que la realidad va más allá de los seres humanos, que hay algo más allá de toda posible experiencia de nuestros cuerpos, por lo que siendo estrictos uno esperaría que la única realidad posible fuera aquella revelada por la ciencia. Sin embargo en los dos últimos siglos se han venido acumulando los hallazgos que retan a nuestro sentido común con respecto al objetivismo, subjetivismo y la realidad como son:

  • El surgimiento de la teoría de la evolución basada en la selección natural darwiniana.
  • El surgimiento del psicoanálisis.
  • El hallazgo dentro de las matemáticas de teoremas que van en contra de las expectativas comunes que se tenían con respecto a la verdad objetiva, como son el teorema de Gödel y el de Löwenheim-Skolem.
  • La naturaleza contra-intuitiva de la mecánica cuántica.
  • El esclarecimiento de la interdependencia entre la mente y el cuerpo, el embodiment[1], encontrado por la evidencia experimental convergente hallada por la ciencia cognitiva (el estudio científico de la mente) del último cuarto del siglo XX y el desarrollo de la inteligencia artificial.


Estos hallazgos nos hacen sentir que la realidad es mucho más “ficticia” de lo que creíamos, haciendo que cedamos más importancia a la realidad subjetiva y cayendo en el relativismo… exacto, estoy hablando del postmodernismo.

Hasta ahora, tras el advenimiento de la ciencia cognitiva, pocos (y entre ellos pocos como el intrigante Nietzsche) habían cuestionado la idea de la trascendencia. ¿Es esta creencia una noción científica? La respuesta es no, esta idea ha sido heredada y formado parte del sentido común de occidente desde la época presocrática de la filosofía griega, dando lugar a lo que Lakoff y Johnson[1] llaman la teoría popular (folk theory) de las esencias: cada “cosa” es un tipo de cosa debido a condiciones suficientes y necesarias, esencias, que la hacen ser lo que es, dando origen a la separación dentro de la filosofía occidental de las preguntas concernientes a qué es real o no (metafísica) de aquellas que giran en torno a qué podemos conocer (epistemología).

¿Es posible la ciencia sin la idea de trascendencia, pero sin caer en el relativismo? El primer ejemplo afirmativo es la teoría evolutiva que postula el devenir de las especies como producto de un proceso en el que no ha intervenido algún tipo de trascendencia divina; la ciencia cognitiva que postula que no tenemos acceso a una realidad ni razón que no estén restringidas por la biología que adquirimos a través de la evolución, que no es relativa por la coincidencia de nuestros cuerpos en la experiencia del mundo y porque se ha demostrado que gran parte de nuestro razocinio es inconsciente; y la inteligencia artificial que está basada en la suposición de que lo que llamamos inteligencia per se es un artificio de la evolución que puede ser reproducido.

Como se nota la evolución juega un papel central en la sustitución de la trascendencia por una visión de lo que es real basada en las experiencias más elementales de nuestros cuerpos y mentes (moldeados por ella) y que por tanto no entran en conflicto con nuestra realidad subjetiva.

Un trabajo interesante para la ciencia cognitiva es replantear los hallazgos de las ciencias objetivas y su efectividad predictiva en términos de este nuevo paradigma. Un ejemplo fascinante es el trabajo iniciado por Lakoff y Núñez[2] en torno al replanteamiento de la efectividad de las matemáticas como una actividad cognitiva producto de la biología de los seres humanos.

Contrario a lo que podría pensarse, la caída del velo de la trascendencia unifica la realidad humana… demasiado humana, la única a la que tenemos acceso. Quizás por eso a quienes nos apasiona la ciencia nos sentimos más reales cuando divagamos en ella.

Espero que con este y subsecuentes blogs los inspire a divagar, o que por lo menos entiendan a qué me refiero.

Referencias:

[1] George Lakoff y Mark Johnson. Philosophy in The Flesh. The Embodied Mind and its Challenge to Western Thought. Basic Books, 1999.

[2] George Lakoff y Rafael E. Núñez. Where Mathematics Comes From. How the Emboidied Mind brings Mathematics into Being. Basic Books, 2000.