DiVagaCiencIA

25.8.05

Evolución aniñada

He oído hablar mucho de vuestros afeites y embelecos.
La naturaleza os dio una cara, y vosotras os hacéis otra
distinta. Con esos brinquillos, ese pasito corto, ese hablar
aniñado, pasáis por inocentes y convertís en gracia vuestros
defectos mismos [...]

-Hamlet a Ofelia-
“Hamlet”, Acto III, Escena IV

Pocas teorías científicas han impactado tan profundamente el concepto que el ser humano tiene de sí como la evolución. Además de orillarnos a aceptar nuestra ascendencia animal, esta teoría introdujo una idea que desde haber sido pronunciada por Darwin se convirtió en objeto de múltiples interpretaciones y controversias: la selección natural.

Muchos se han adjudicado ad hoc el derecho a usar la trillada supervivencia del más apto con el fin de exaltar diferencias y justificar lo que creen su superioridad sobre otros; sin embargo, lo que las teorías evolutivas modernas sostienen es que más que la supervivencia de un individuo la selección natural va asociada a las características que le dan mayor éxito para reproducirse y que por tanto suelen propagarse por herencia a generaciones venideras.

Enfocándonos en el caso de los mamíferos, hasta principios del siglo pasado se adjudicaba un rol secundario a la elección que las hembras de una especie hacen de los machos con quienes copulan –llamada selección sexual- ya que para la mayoría de las especies estudiadas las características que hacen a un macho un buen candidato resultan evidentes... mas no así para la especie humana, lo que –como propone David Brin- subestima el papel que la elección de la mujer pudo haber tenido en nuestra evolución.

Se cree que conforme nuestros ancestros fueron adquiriendo dominio sobre su entorno para formar las primeras comunidades fue útil que se desarrollaran características que favorecieran la socialización, individualización y el correspondiente desarrollo intelectual necesario para mantenerlas y explotarlas. Bolk señaló en 1926 que la base para alcanzar esto fue lo que llamó retardación y que sería conocido después como neotenia: la retención de aspectos infantiles tanto físicos –paedomorfismos- como de comportamiento (personalidad flexible, facilidad de aprendizaje, ...); mas no fue sino hasta mediados de siglo que se intuyó que dichas características, explotadas como herramientas de selección sexual por parte de las hembras, pudieron haber acelerado el proceso evolutivo que nos hizo lo que somos.

Aprovechando el instinto de protección y enternecimiento sentido hacia las crías y considerando la creciente complejidad de comportamiento e inquietudes de los machos, Brin propone que las hembras neótenas tuvieron mayor éxito reproductivo, para lo cual hace hincapié en las analogías de ciertas características femeninas con rasgos infantiles, como son la mayor fragilidad en la constitución corporal, menor presencia de bello, las proporciones del rostro, flexibilidad de comportamiento, facilidad para la socialización, entre otras. Debido al peligro subyacente en el posible establecimiento de trato sexual con las crías, Brin se atreve también a proponer una explicación a la posesión de caracteres sexuales secundarios únicos en la mujer –en comparación con hembras de otras especies- como son sus senos y glúteos súper desarrollados, sugiriendo que corresponden a los rasgos diferenciadores que previenen a los hombres de sentir atracción sexual hacia los niños... y en cuya falla se podría encontrar la explicación –mas no la justificación- a las tendencias paedofílicas de algunos hombres.

Quizás éstas son demasiadas ideas descabelladas para tan pocas líneas.

Quizás nuestra evolución sea más que aniñarse.

Quizás el indispuesto Hamlet desnudó a Ofelia... sin querer.

(Este artículo fue publicado en abril del 2003 en Mientras Tanto, la ya extinta revista estudiantil del Tec de Monterrey)